Los que conocemos a Jesús García sabemos que es un disidente.
Batallador incansable contra el sistema en dos terrenos que resultan
especialmente difíciles establecer una pelea contra el régimen: la salud y la
educación. Los valores de la izquierda han defendido siempre la idea de lo
público, pero las personas como Jesús García van más allá, no pelear dentro del
sistema sino salirse de él. Abre un debate, es interesante y aporta, por eso la
entrevista. (Solo para gentes sin prejuicios).
¿Hay vida más allá de la llamada Educación pública y
privada?
De hecho, es ahí donde está la vida. Entendiendo por
educación pública y privada lo que normalmente se entiende, es decir: colegios
públicos y privados. Y es que la vida no puede prosperar en los colegios, que
son instituciones concebidas para formar, es decir, para normalizar, para
fabricar ciudadanos que encajen en el orden establecido. Los colegios son —como
decía A. S. Neill— antivida. Los niños que logran escapar, que logran salir de
ahí con algo vivo dentro de ellos, lo hacen a pesar de la escuela y no
gracias a ella; en otras palabras: son fallos del engranaje. Aunque por
supuesto, los guardianes del orden pueden permitirse un cierto porcentaje de
fallos: el mismo porcentaje que durante el período escolar han ido vendiendo
como "atención especializada", "refuerzo", "adaptación
curricular" y demás, y que pasado el período de escolarización será víctima
de otros engranajes normalizadores con los que tendrá que batallar.
¿Qué hacer si la Educación la dirige y programa un Wert o una
Junta de Andalucía con una programación y unas ratios al servicio del mercado?
Cualquier cosa que queramos hacer en el sentido de liberar al
ser humano de la opresión, darle herramientas para que pueda vivir en libertad,
desarrollarse de modo armónico, aspirar a una vida feliz... tenemos que hacerlo
fuera del sistema y contra el sistema. Y cuando digo el sistema, me estoy
refiriendo a los engranajes que actúan para mantener los privilegios y el poder
de los Amos del mundo, engranajes que funcionan en múltiples terrenos:
económico, político, mediático, educativo, sanitario... Sé que algunos piensan
que se puede luchar desde dentro —yo mismo pasé por esa etapa— pero en estos
momentos no lo comparto: treinta años de experiencia incrustado en las
instituciones educativas de eso que estamos llamando sistema me dicen que es
capaz de absorber los mínimos cambios que pueden hacerse desde dentro y
utilizarlos en su provecho. Así que cualquier cosa que queramos hacer a favor
de la gente, implicará necesariamente oponerse radicalmente a esos mecanismos,
en todos los terrenos.
Sin embargo, la izquierda tradicional tiene una causa
histórica: la defensa de la educación pública para que ningún hijo de la clase
trabajadora se quede fuera del sistema educativo. Parece, en buena medida, una
conquista dentro del engranaje del capitalismo que es incuestionable y de ahí
las mareas verdes.
Sería una conquista si el sistema educativo tuviera como
objetivo —o al menos como efecto secundario— liberar a la persona, pero puesto
que lo que hace es atarla, modelarla, normalizarla, disciplinarla, cerrarle
puertas... quien únicamente puede estar interesado en un sistema educativo para
todos es evidentemente el poder. Esto es tan obvio que resulta escandaloso que
la izquierda no lo haya visto... ni quiera verlo. Es un calco de lo que sucede
en la sanidad —en este caso las mareas son blancas, pero cumplen idéntica
función: conseguir que el modelo médico dominante llegue a más gente,
idealmente, a todos los ciudadanos. De hecho, son mecanismos de poder que se
complementan: el educativo y el sanitario, e incluso se superponen en
determinados fragmentos del arco vital, en particular, el momento más peligroso
para el poder, es decir, el momento en que se sientan las raíces del individuo,
la etapa crítica que abarca embarazo-parto-primeros años. En esa etapa se
concentran con especial intensidad dispositivos educativos y sanitarios, y es en
esa etapa donde debemos considerar prioritaria la intervención crítica. Y no
nos faltan personas que han dedicado sus vidas precisamente a señalarnos el
camino a seguir para que nuestros hijos y nietos recuperen lo que de humanidad
hemos perdido nosotros: Wilhelm Reich, A. S. Neill, Michel Odent, Frederick
Leboyer, John Bowlby, Alice Miller, Ivan Illich, Henry Laborit, Casilda
Rodrigañez, Ana Cachafeiro, Xavier Serrano...
¿Qué le dirías a las personas que desde la izquierda
institucional no ven otra alternativa que la defensa y mejora de la actual
educación pública, y que todo lo alternativo lo ubican dentro de la bolsa de
colegios privados?
La izquierda institucional está al servicio de las
instituciones, o lo que es lo mismo, del orden establecido. Dicho de otro modo:
no espero nada de ella. En cuanto a la cuestión de fondo, es decir, a la
disyuntiva público-privado, yo lo considero un falso debate que, como sucede
con todos los falsos debates, tiene la misión de esconder el auténtico debate,
el que nos interesa si realmente queremos luchar por una educación liberadora.
Si queremos empezar a construir de verdad otro mundo, la pregunta no es en
absoluto ¿educación pública o privada? La pregunta es ¿educación para la
libertad o educación para la sumisión? No tiene ningún sentido quejarse de la
inacción absoluta que impera en los tiempos que corren, de la incapacidad para
la rebeldía y la solidaridad, y al mismo tiempo dejar intactas las
instituciones que operan para alimentar las raíces de la sumisión, que es lo
que hace el debate público-privado en el que no se cuestiona el modelo
educativo, del mismo modo que el debate sanidad pública-privada no cuestiona en
absoluto el modelo médico dominante. Peor aún, la educación pública y la
sanidad pública llevan esos modelos normalizadores a toda la población. Y en el
otro extremo, la única posibilidad en el contexto actual de acceder a un centro
educativo alternativo es la vía privada, del mismo modo que para acceder a un
médico alternativo hay que salirse de los cauces de la sanidad pública.
Es algo así como admitir que si el mundo va a tardar más de
lo que creíamos en cambiar sus estructuras de base, construyamos espacios
autónomos (de salud, de educación, de energía...) al margen del régimen.
El mundo no va a cambiar por sí sólo. Lo que hace falta es
gente capaz de cambiarlo. Y eso supone empezar por las raíces, por entregar
—como decía Reich— las herramientas necesarias a los niños del futuro, de modo
que tengan la capacidad para construir otra sociedad. Así que la respuesta es
sí: construyamos espacios autónomos por pequeños y modestos que sean, y
luchemos para ampliarlos, para extenderlos, para interconectarlos y
fortalecerlos. Lo que surja de ahí es imprevisible, pero es que la vida es
imprevisible, y esa es la gracia de luchar contra un sistema que lo tiene todo
previsto, fijado, organizado, clasificado, definido, y en definitiva, muerto.
Dentro del paraguas de Escuela Libre hay varias formas de
entender la educación... escuela en casa, siguiendo la metodología de
pedagogías como Montessori, Waldorff, o lo que conforma el movimiento
libertario en Paideia, etc..
Hay que tener cuidado con el término "escuela
libre". Creo que se mete en ese paraguas a toda clase de escuelas que
simplemente no siguen los parámetros oficiales, pero eso no quiere decir en
absoluto que sean libres, entendiendo por libres que educan para la libertad y
tomando como paradigma la escuela de Summerhill, fundada hace un siglo y que
hace trece años ganó la batalla definitiva por el derecho legal a su
independencia. En ese sentido, es decir, en el sentido de ser una escuela no
atada al sistema y en la que se educa en libertad y para la libertad, creo que
hay más bien pocas escuelas. Desde luego los métodos Montessori y Waldorf no lo
son; el movimiento libertario o anarquista se acerca mucho más, pero con
matices, y una multitud de escuelas que se autodenominan libres mantienen
organizaciones verticales en las que se deja muy poco espacio a los niños para
ejercer esa libertad que luego no se sabe muy bien cómo conquistarán puesto que
no la han vivido en su día a día. No olvidemos que la misma escuela del sistema
está inundada de documentos, declaraciones, programaciones, planes de centro,
leyes, disposiciones, decretos, instrucciones... en los que —con un cinismo
absoluto— se ensalza la libertad, el espíritu crítico, la creatividad... o sea
justo lo que se pisotea con el quehacer cotidiano desde las criminales
guarderías de cero años, pasando por la primaria, la secundaria, el
bachillerato... y poco queda por hacer en la Universidad donde los chavales
llegan sin saber leer, ni escribir, ni pensar.
Fuera del sistema convencional hay dificultades prácticas,
cómo educar en casa a los niños si los padres deben ir a trabajar o cómo llevar
a un chiquillo/a a un colegio con otra metodología si el más cercano está
a 400 km de casa o cómo hago para pagar en plena crisis la mensualidad que
supone salirse de la esfera pública...
Claro, cualquier cosa que queramos hacer fuera del orden será
mucho más difícil en todos los ámbitos, porque el orden hace lo posible por
cerrar esos espacios, amurallar las vidas, acotar su territorio y mantenerlo
bajo vigilancia. Yo he tenido enormes dificultades con mis hijos: dos de ellos
entraron en el sistema muy a pesar mío al empezar la etapa obligatoria y se
pasaron la primaria y sobre todo la secundaria tropezando constantemente con la
incapacidad de sus maestros para conectar con su espontaneidad, con su
indisciplina, con sus inquietudes. Y ahí me veías recibiendo las quejas de su
tutor porque "no para de hacer preguntas". El más pequeño está
escolarizado por orden judicial tras una larga batalla que aún no ha terminado
en la que empezaron por acusarnos ¡de un delito de abandono! Como te he dicho,
esta claro que en estos momentos tenemos que pagar lo alternativo, en educación
o en salud. Estamos a años luz de una ley como la recientemente aprobada en Nicaragua
que ofrece cobertura pública a la medicina moderna, las medicinas tradicionales
y una buena cantidad de terapias naturales. No es lo ideal, pero no cabe duda
de que es un avance que ojalá se extendiera por el planeta —cosa que desataría
las alarmas de la Farmafia, claro. Pero dista mucho de ser ideal porque no
entra en el problema de fondo, no cuestiona el modelo médico dominante. En
educación esto sería impensable, porque cualquier intento de construir un
sistema educativo que de verdad se propusiera formar ciudadanos libres chocaría
frontalmente con el sacrosanto principio de la educación obligatoria, una de
las conquistas claves de los Amos del mundo.
Parece una evidencia que más y más grupos van surgiendo en
distintas ciudades con familias que aparecen dudando, preocupadas por el
sistema educativo y buscando cosas diferentes...
Pues afortunadamente, sí. Por ejemplo, miles de familias se
niegan a llevar a sus hijos a la escuela y sólo una minoría está teniendo
problemas legales. Aquí y allá surgen pequeños proyectos de escuelitas
alternativas de todo tipo, y ello a pesar de las enormes dificultades legales
que evidentemente están pensadas para impedirlo o al menos dificultarlo. Pero
la conciencia crece, se extiende, al calor de otras alternativas vitales,
económicas, políticas, filosóficas, sociales. Y eso reconociendo que queda
mucho por hacer, empezando —y es lo que más me preocupa— por la propia gente
crítica, no ya la izquierda institucional que mencionabas antes, sino la gente
"antisistema", la gente que busca otros modelos de organización,
otras formas de vida, de relación, de trabajo: esa es la gente a la que
considero prioritario llegar, la gente que tiene que entender que la raíz de
los problemas con los que batalla a diario está en el terreno
educativo-sanitario que muy pocos cuestionan.
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