Mirarás
a tu alrededor y te preguntarás cómo ha ocurrido, qué hiciste, qué
no hiciste, qué les dejaste hacer. Porque has de despertar,
despertarás un día y se te llenarán los ojos de horror, y la
garganta de ira. Y la boca de silencio. De silencio. El Estado
Policial en que vives comenzó a gestarse mucho antes de lo que ahora
crees. No comenzó la noche de un 11 de septiembre de 2001. Ni en los
meses en que se planificó en algún despacho de Washington, de New
York, de Jerusalem; de dondequiera que fuese donde se planificó el
más perfecto ataque a tu libertad, la segunda más perfecta mentira
global dicha hasta hoy. Tal vez ni siquiera tuvo su pistoletazo de
salida en los días en que se redactó la Agenda 21 de Naciones
Unidas. Pero no es del todo erróneo apuntar a esa Agenda, puesto que
el Nuevo Orden Mundial que ésta aspiraba a imponer no podía
sostenerse sin la creación previa de un Estado Policial Global. No
podían reestructurar la vida de todo un planeta sin esperar
resistencia por parte de sus moradores. Había que vencer esa
resistencia, preferiblemente antes incluso de que se produjese.
Había, para empezar, que arrojar a las masas humanas a una miseria
que los forzase a no tener más preocupación que la subsistencia
diaria. Era necesaria una crisis. Dada la magnitud de lo que se
pretendía hacer, los deportes de masas, la basura televisada a
diario, el alcoholismo como modo de vida, el sexo natural o
desnaturalizado, industrializado, las drogas, la violencia como
espectáculo, la idiotización a través de un sistema educativo
intencionadamente fallido, no bastarían. Se contaba con que habría
levantamientos populares aquí, allá, aislados o no.
Como se contaba
con ello, se crearon supuestas amenazas a la libertad, cuyos actos de
terror, perpetrados en realidad por los propios gobiernos, servían
de excusa para suprimir la libertad invocada.
Como se contaba con
ello, se militarizó y embruteció a la policía, y se inoculó en
sus agentes la idea de que el pueblo era el enemigo. No era tan
difícil: es tendencia natural en quien lleva uniforme ver un enemigo
en quien no lo lleva. Como se contaba con ello, se demonizó a
cualquiera que se atreviera a decir la verdad: se le llamó
extremista, terrorista, vándalo, pobre, enfermo, hambriento,
solidario ... humano. Porque era lo que quedaba de humano en el ser
humano lo que más temía el poder. ¿Qué hiciste para llegar aquí?
¿Por qué la rabia que golpea ahora tu garganta no logra expresarse
en un grito? Lo que hiciste fue tan simple como seguir creyendo.
Seguiste creyendo que había un gobierno, en vez de corporaciones,
bancos, oscuras sociedades secretas. Y seguiste creyendo que frente a
ese gobierno existía una Oposición que se oponía a algo. Que a tu
sindicato le importaban tu derechos laborales. Que tu banco se
preocupaba por la buena marcha de tus finanzas domésticas. Que la
policía estaba ahí para velar por tu seguridad. Que los canales de
televisión, que la radio, que la prensa te lo dirían si fuera
cierto. Lo que fuese. Te lo dirían. Porque no puede ser que todo sea
mentira y que todo te mienta. No puede serlo. ¿Verdad? Pero lo era.
Lo es. Acodado en tu ventana, ves cómo hombres de uniforme se llevan
a rastras a una mujer que no deja de gritar algo que no oyes. Porque
también los oídos se te han llenado ya de silencio, de ese silencio
que te acompaña dondequiera que vas. De ese silencio denso y áspero
como el cemento. Esa mujer tiene edad para ser tu madre. O la de los
hombres de uniforme que le han partido los labios. Tiene el rostro
empapado en sangre y la mirada enloquecedora del pánico. En las
noticias de mañana o de dentro de media hora verás su rostro, y
será el rostro de un extremista, un terrorista, un vándalo. Porque
has de despertar, despertarás un día. Y se te llenarán los ojos de
horror.
Juan
de Azud.
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