jueves, 30 de enero de 2014

EL ARTE CURSI

 Dos preguntas atormentan a la pequeña Elisabeth. “Dime Mamá, ¿por qué en las historias de la tele siempre son los buenos quienes ganan?” Esta pregunta es muy justa y amerita esquemas tortuosos y conciliábulos profundos. Pero aquí nos importa menos que la segunda: “Dime Abuelo, ¿por qué todas las canciones de la radio hablan siempre de Amor?” Esto es verdad, el Amor es cantado en un micrófono, se lo tararea en la calle, se hacen discos de oro con él, Love por aquí, Love por allá. “¿Pero por qué, Abuelo, los cantantes no hablan de la muerte o del mar o del poder o de la geología? ¡Hay bastantes cosas que decir!” Abuelo responderá que de todas estas cosas, el Amor es la más bella, la más intensa, la que nos estremece en nuestras entrañas y que nos hace escribir canciones.
Ciertamente, nuestra cultura no nos enseña la sensibilidad en las brisas, en los olores, en las injusticias, no nos ofrece sino un gran escalofrío, uno solo, que vence a todos los demás: el Amor. ¿Encuentras esto justo, Elisabeth? ¿Las ganas no te llevan a pedir socorro a Jeannine, Béatrice y Maurice, e ir a silenciar a todxs esxs romantic love singers, esos abuelos normativizados, esas Barbie y esos Ken que se pegan a tus dedos?
 Bah, todxs nostrxs no somos lo suficientemente fuertes como Elisabeth, y nos dejamos arrastrar por esas dulces zarabandas, esos cuentos melosos y amargosos. Difícil escapar de esto: los dibujos animados, las fábulas, las películas, los anuncios, las revistas, las novelas, las noticias, nuestrxs colegas incluso… el Amor nos es contado a montones. Estos relatos de Amor nos construyen, nos flanquean su cultura en nuestro espíritu, nos aculturan, nos enseñan a desear todos esos mitos. Nuestra sensibilidad es construida por ellos, al mismo tiempo que ésta los exige. Cuando vamos al cine a ver una “bella” historia de Amor, y que salimos de él turbixs, soñadorxs, venimos de vivir un poco de ese Amor contado, y a la vez venimos de integrar un poco más que él resulta bello, que resulta grande y que tenemos interés en aspirar a él. Esas películas compensan nuestra miseria afectiva, nos ofrecen un momento de identificación y de catarsis, nos permiten vivir mediante procuración aquello que no encontraremos nunca en nuestra existencia. Consoladoras y a la vez vehículos de la cultura del Amor, tranquilizan nuestros sufrimientos, nuestras frustraciones, al mismo tiempo que preparan el terreno para que éstos se refuercen.
 ¿Te has percatado de cómo funcionan los relatos de Amor? Siempre son la mismas cantinelas. Un Príncipe encantador y una Princesa encantadora se encuentran, el Amor nace, malicioso, en el rincón de las miradas disimuladas y de las situaciones inesperadas. Luego el Amor es llevado a la escena, ésta es la fase de la seducción, la heroína y el héroe se aproximan, se acechan, se subescuchan, se malescuchan… Suspenso… Pero la historia de Amor termina bien, el Príncipe y la Princesa se caen en los brazos, es la apoteosis del Beso, luego lo genérico. ¿Y después? ¿Qué resulta de la vida post-Beso? Se supone el Edén amoroso, una imagen estereotipada [figée], nacarada, soñada, “vivieron felices y tuvieron hijos”. Es precisamente aquí, en esta cesación del relato, en este silencio, que se expresa el mito del Amor: la felicidad en el Amor es tan total que no queda nada que contar. Las pruebas dignas de pavor y de atención residen en la seducción; la vida entre Enamorado y Enamorada es lisa como la mantequilla, exenta de pruebas, sobresaltos, sorpresas. En caso extremo, si esa vida aparece en sus dificultades sólo sirve de decorado para que unx de lxs cónyuges se fatigue y arranque una fase de seducción con alguien más.
 Únicamente los relatos más “intelectuales”, más difíciles de acceder, cuentan los obstáculos y dificultades una vez que el Amor fue declarado, sellado: el encarcelamiento amoroso, el hastío y el fin del sentimiento Amoroso, la lugubridad [glauquitude] de la vida familiar… En las revistas empalagosas [mièvres], los problemas de la vida post-Beso son tratados científicamente, con grandes refuerzos de psicólogos, como anormalidades casi medicalizables, enfermedades de la época. Pero el registro del relato, aquel que nos hace estremecer, aquel que marca nuestras emociones y nuestros deseos, permanece reservado a la vida pre-Beso: el Amor en el relato “popular” no es nada más que un alivio final, un happy end. Este esquema tiene repercusiones en nuestra cabeza, y alimenta el mito del Amor, chapado enseguida sobre nuestra realidad, nuestros proyectos y aspiraciones.



Por Collectif
Traducción: Anojí

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