sábado, 19 de abril de 2014

Porque has de despertar, despertarás un día...

Mirarás a tu alrededor y te preguntarás cómo ha ocurrido, qué hiciste, qué no hiciste, qué les dejaste hacer. Porque has de despertar, despertarás un día y se te llenarán los ojos de horror, y la garganta de ira. Y la boca de silencio. De silencio. El Estado Policial en que vives comenzó a gestarse mucho antes de lo que ahora crees. No comenzó la noche de un 11 de septiembre de 2001. Ni en los meses en que se planificó en algún despacho de Washington, de New York, de Jerusalem; de dondequiera que fuese donde se planificó el más perfecto ataque a tu libertad, la segunda más perfecta mentira global dicha hasta hoy. Tal vez ni siquiera tuvo su pistoletazo de salida en los días en que se redactó la Agenda 21 de Naciones Unidas. Pero no es del todo erróneo apuntar a esa Agenda, puesto que el Nuevo Orden Mundial que ésta aspiraba a imponer no podía sostenerse sin la creación previa de un Estado Policial Global. No podían reestructurar la vida de todo un planeta sin esperar resistencia por parte de sus moradores. Había que vencer esa resistencia, preferiblemente antes incluso de que se produjese. Había, para empezar, que arrojar a las masas humanas a una miseria que los forzase a no tener más preocupación que la subsistencia diaria. Era necesaria una crisis. Dada la magnitud de lo que se pretendía hacer, los deportes de masas, la basura televisada a diario, el alcoholismo como modo de vida, el sexo natural o desnaturalizado, industrializado, las drogas, la violencia como espectáculo, la idiotización a través de un sistema educativo intencionadamente fallido, no bastarían. Se contaba con que habría levantamientos populares aquí, allá, aislados o no.
Como se contaba con ello, se crearon supuestas amenazas a la libertad, cuyos actos de terror, perpetrados en realidad por los propios gobiernos, servían de excusa para suprimir la libertad invocada.
Como se contaba con ello, se militarizó y embruteció a la policía, y se inoculó en sus agentes la idea de que el pueblo era el enemigo. No era tan difícil: es tendencia natural en quien lleva uniforme ver un enemigo en quien no lo lleva. Como se contaba con ello, se demonizó a cualquiera que se atreviera a decir la verdad: se le llamó extremista, terrorista, vándalo, pobre, enfermo, hambriento, solidario ... humano. Porque era lo que quedaba de humano en el ser humano lo que más temía el poder. ¿Qué hiciste para llegar aquí? ¿Por qué la rabia que golpea ahora tu garganta no logra expresarse en un grito? Lo que hiciste fue tan simple como seguir creyendo. Seguiste creyendo que había un gobierno, en vez de corporaciones, bancos, oscuras sociedades secretas. Y seguiste creyendo que frente a ese gobierno existía una Oposición que se oponía a algo. Que a tu sindicato le importaban tu derechos laborales. Que tu banco se preocupaba por la buena marcha de tus finanzas domésticas. Que la policía estaba ahí para velar por tu seguridad. Que los canales de televisión, que la radio, que la prensa te lo dirían si fuera cierto. Lo que fuese. Te lo dirían. Porque no puede ser que todo sea mentira y que todo te mienta. No puede serlo. ¿Verdad? Pero lo era. Lo es. Acodado en tu ventana, ves cómo hombres de uniforme se llevan a rastras a una mujer que no deja de gritar algo que no oyes. Porque también los oídos se te han llenado ya de silencio, de ese silencio que te acompaña dondequiera que vas. De ese silencio denso y áspero como el cemento. Esa mujer tiene edad para ser tu madre. O la de los hombres de uniforme que le han partido los labios. Tiene el rostro empapado en sangre y la mirada enloquecedora del pánico. En las noticias de mañana o de dentro de media hora verás su rostro, y será el rostro de un extremista, un terrorista, un vándalo. Porque has de despertar, despertarás un día. Y se te llenarán los ojos de horror.

Juan de Azud.

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